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lunes, 12 de agosto de 2013

El “vaso” Portland, la más bella vasija romana


Tiene todos los ingredientes para ser una pieza de culto: su origen exacto y las circunstancias de su hallazgo son todo un misterio, las interpretaciones sobre el significado de sus escenas son tan variadas como investigadores se han interesado por ella y, por encima de todo, es una obra de una belleza sin igual.

Con semejante “carta de presentación”, no es de extrañar que la llamada ‘Vasija de Portland’ sea una de las piezas más valiosas –y que más admiración provoca– entre la completa colección de arte romano del Museo Británico de Londres.
Realizada con vidrio de color azul y camafeos blancos, esta vasija de apenas 25 centímetros de altura y 18 de diámetro se ha datado tradicionalmente en las últimas décadas del siglo I a.C. o las primeras de la centuria siguiente, siendo estas fechas las más aceptadas actualmente por los especialistas.
Sin embargo, y a pesar de esta datación, lo cierto es que los orígenes de la hermosa pieza, y en especial los pormenores de su descubrimiento, siguen siendo un misterio para los investigadores.
Aunque suele mencionarse en algunas fuentes que la vasija fue encontrada a finales del siglo XVI en el interior de la tumba del emperador Alejandro Severo, lo cierto es que la primera referencia fiable sobre el delicado recipiente vítreo data del año 1601, fecha de una correspondencia entre el erudito francés Peiresc y el pintor Rubens.
En dichas cartas se hace mención a la preciosa vasija, que en aquel momento formaba parte de la colección privada del cardenal del Monte. A la muerte del prelado la pieza pasó a manos de la poderosa familia Barberini, que la poseyó durante casi doscientos años, y después acabó siendo adquirida en 1778 por William Hamilton, en aquel entonces embajador inglés en Nápoles.
Una vez en suelo británico, la vasija fue adquirida por Margaret Cavendish Bentick, pasando a manos de su hijo, William Cavendish-Bentick, tercer duque de Portland. De ahí que hoy conozcamos la pieza por ese nombre.
Tras prestarla temporalmente al artesano Josiah Wedgwood, autor de varias copias del “vaso” que ayudaron a que la obra tuviera su enorme fama actual, fue legada en depósito al Museo Británico en 1810 donde –a excepción de un breve periodo de tres años– ha permanecido desde entonces, en las últimas décadas ya en propiedad del museo londinense.
Además de ese continuo cambio de manos, la vasija ha sufrido también algunos daños, algunos realmente serios. El más grave tuvo lugar en 1845, cuando un borracho la tiró por accidente, rompiéndola en varios fragmentos.

Al margen de este incidente –por suerte los restauradores pudieron recomponer la valiosa pieza–, y de los siempre nocivos efectos del paso del tiempo, la vasija ha logrado mantener toda su belleza, transmitida sobre todo gracias a sus hermosas escenas talladas en vidrio blanco.
Precisamente, es en sus figuras talladas de aires clásicos donde reside otro de los enigmas de la pieza: el del significado de sus escenas. Aunque se han propuesto decenas de hipótesis para aclarar su mensaje, todavía no hay un consenso entre los especialistas.
Para unos se trata de la combinación de dos escenas (una mitológica y otra de base histórica) en la que se relacionarían una victoria del emperador Augusto con el relato del nacimiento de Paris, la guerra de Troya y su relación con la fundación de Roma a través de Eneas.
Otros autores, por el contrario, apuestan por un tema mitológico de carácter marino, asociado con el amor y el matrimonio, por lo que quizá la vasija hubiese sido fabricada con la finalidad de servir de regalo de bodas.
Interpretaciones al margen, no han faltado tampoco autores que han destacado que la aparente indefinición de su iconografía se debe a que la pieza no es realmente romana, sino una creación renacentista del siglo XVI.
Así lo defiende, al menos, el Dr. Jerome Eisenberg, experto en arte antiguo y director de la revista Minerva. En 2003, Eisenberg causó cierto revuelo entre los investigadores al asegurar que la vasija Portland había sido fabricada en algún momento de la segunda mitad del siglo XVI, probablemente por un artista que había mezclado distintas escenas copiadas de algún relieve romano del siglo III.
La hipótesis de Eisenberg fue rápidamente respondida por los expertos del Museo Británico, para quienes no hay duda de la antigüedad del bello recipiente, entre otras cosas porque –explicaron– la vasija está realizada con una técnica romana de soplado del vidrio cuyos secretos de fabricación no fueron bien conocidos hasta fechas recientes.

Hoy la polémica parece zanjada –la gran mayoría de los estudiosos no dudan del origen romano de la pieza–, y la vasija Portland, ajena a cualquier discusión sobre su antigüedad o significado, sigue brillando con luz propia desde las salas de arte romano del museo londinense.

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